
Por tanto, es muy conveniente que una educación consumerista, una educación basada en una actitud racional y crítica ante el fenómeno del consumo, se inicie en la familia, a la edad más temprana posible.
Los padres y madres tienen que ser conscientes de que no deben satisfacer, ni mucho menos, todos los caprichos de sus hijos e hijas.
Puede existir la tentación en muchos padres y madres de lavar una mala conciencia por el poco tiempo que dedican a sus hijos, satisfaciendo todos sus caprichos.
Si somos capaces de potenciar la autonomía de los niños, su proceso de formación irá ganando progresivamente en un uso adecuado de la libertad y de la responsabilidad.
Es indudablemente positivo comentar en casa los anuncios que aparecen en la televisión, los mecanismos de persuasión e, incluso, su poder de manipulación.
La libertad se gana trabajosamente y con esfuerzo. Ayudar a que los hijos e hijas desmonten los paraísos artificiales que pretenden venderles y sean conscientes de que pueden elegir su propio camino o dejarse arrastrar por lo que otros quieren y por lo que otros han decidido que compren y consuman, constituye, quizá, uno de los mejores servicios que podemos aportar al desarrollo personal de nuestros hijos.